Reportaje
Amor y sentimientos con corazón indígena
Freddy Lacio F.

Cuando se trata de definir al amor, faltan las palabras, pero la acepción más extendida lo establece como “sentimiento de intensa atracción emocional o sexual hacia una persona”. En cuanto al amor ideal, aquél que busca lo mejor del otro y para el otro, es una acepción que corresponde a la cultura occidental y cristianizada, señala la historiadora Paula Peña. De esta manera, una adolescente cruceña, californiana o turinesa tiene como verdad absoluta que una pareja sólo se casa cuando ambos corazones laten al unísono.

“Se debe entender que existen sociedades que tienen otras visiones. En Corea o Japón, las parejas se casan y consideran que a partir de ese momento el amor recién empieza a desarrollarse. Hay diferencias conceptuales entre amor pasional, romántico, maduro, instintivo o no racional” explica Peña.

Así las cosas, ¿cómo conciben los pueblos indígenas originarios del oriente boliviano al sentimiento por antonomasia?

En este aspecto, el enamoramiento es igual en todo el mundo, porque tiene como finalidad la reproducción y supervivencia del ser humano, señala el antropólogo alemán Jüergen (Jorge) Riester, director de la organización Apoyo para el Campesino-Indígena del Oriente Boliviano (Apcob).

Rieste recuerda que el célebre antropólogo polaco Bronislaw Malinowski señaló que las relaciones de pareja surgen del instinto como una necesidad física sin la cual la especie humana no existiría. Lo que cambia son las costumbres, como las diferencias existentes entre cristianos, musulmanes, chinos, ayoreos o guarayos.

"La finalidad es la misma: juntar al hombre y la mujer para que se reproduzcan y preserven al ser humano como especie. En este sentido, no hay costumbres 'mejores' o 'peores'. Todos debemos aceptar que cada pueblo tiene valores y normas diferentes", expresa Riester.

El investigador Wigberto Rivero Pinto, en su obra La sexualidad en los indígenas amazónicos, sostiene que los indígenas tienen un conjunto de costumbres y normas sexuales que guardan relación con las leyes de la naturaleza, con el equilibrio ecológico, la ética social y la equidad en la reproducción del género humano.

En todas las sociedades indígenas, la familia es el núcleo de reproducción de la especie, porque por lo general no se permite que se tenga hijos fuera del matrimonio. Las leyes indígenas sexuales se aplican desde que el individuo tiene uso de razón y es capaz de conocer lo que es prohibido y lo que es permitido en su cultura. La familia ejerce un poder coercitivo sobre sus miembros en el tipo de elección de la futura pareja, buscando garantizar las tradicionales formas de organización que respetan los criterios de sobrevivencia y de conservación de la cultura y la naturaleza, explica.
    
La conquista

Hasta hace unos 40 años, si un joven mojeño quería asegurarse el amor de la pretendida, buscaba en el suelo algún hueso de un animal que podía ser salvaje o doméstico y lo llevaba escondido a casa de la muchacha. Una vez acomodado en la hamaca para visitas y si lograba que la dama se recueste cerca de él, el pretendiente frotaba la canilla de la joven con el hueso y así garantizaba una respuesta positiva al momento de pedir su mano, relata Emilse Cayuva Tamo, educadora mojeña.

Otra curiosa costumbre, pero de los chiquitanos, está relacionada con dos animales considerados potentes y exitosos sexualmente: el borochi o lobo de crin y el tejón. Por alguna razón los hombres de este pueblo originario creían que estos animales eran un talismán de atracción hacia el sexo opuesto, por lo que los cazaban, secaban sus huesos, los quemaban, raspaban y juntaban la raspadura con chicha, que luego tomaban con gozo. Según la tradición, quien bebía la pócima, al poco tiempo, se convertía en un ‘imán’ para las mujeres, señala Jüergen Riester, quien no hace mucho descubrió restos óseos de ambos animales en varias viviendas de comunidades chiquitanas, lo que da por sentado que la tradición persiste.

En el caso de los guaraníes, éstos creen que algunas canciones o frases, dichas por un chamán en su forma correcta, están llenas de poder y son la fórmula para atraer a la mujer amada, cuenta Riester.

Los isoseños tienen una serie de estas canciones ‘mágicas’ para volverse más atractivos al sexo femenino, pero pocas personas pueden activar ese poder -dice el antropólogo- y los chamanes de estas comunidades tienen facultades para evitar el mal tiempo, sortear una mala cosecha o asegurar el éxito en el amor.

Por el lado de los tacana, los jóvenes de esta etnia intentan matar al ave acuática denominada parare, durante la luna nueva. El animalito es enterrado en el mismo lugar donde cayó y al cabo de ocho días sus restos son removidos. El esqueleto del ave es limpiado con agua corriente y luego el joven lo arroja en un lugar tranquilo, en un arroyo o en un río. El primer hueso en salir a la superficie es separado y se lo deja flotar otros ocho días más, al final de los cuales se lo recoge y perfora por su extremo más grueso.

El tacana enamorado lleva entonces encima el huesecillo perforado todo el tiempo y cuando ve a la chica que le gusta mira su figura a través del agujero en el hueso, deseando que acepte ser su mujer. La magia, aseguran los tacana, es tan poderosa que no cabe duda que la muchacha caerá rendida a los pies del pretendiente. Visto está que en las lides del corazón, nunca está demás toda la ayuda que sea posible.

Los ritos de iniciación

Antes de pasar a la edad adulta y, por consiguiente, estar habilitados socialmente para casarse, los jóvenes indígenas debían someterse a ciertos ritos para demostrar que eran hombres o mujeres derechos.

En el caso de los mbiá, hombres y mujeres sufrían incisiones en los brazos, que se practicaban con los aguijones de las rayas de río. El ritual comenzaba con el joven parado frente a un pozo, con un brazo extendido y la otra mano agarrada de un palo. Si el iniciado era hombre, las incisiones se realizaban desde la muñeca hasta el codo, mientras que si era mujer, los cortes iban a lo largo de todo el antebrazo hasta llegar al cuello.

Los isoseños tenían otras costumbres. Cuando a la niña le sobrevenía su primera menstruación (yemondia) era alejada de los hombres por un largo periodo (a veces de un año) durante el cual aprendía a hilar, tejer, cocinar y otras habilidades domésticas con la finalidad de estar preparada para el matrimonio.

En el caso de los varones, a los 14 ó 15 años se procedía al colocado de la tembeta, un pedazo de piedra o metal que se incrustaba en la piel, bajo el labio inferior y cuya perforación debían soportar sin proferir un solo grito. El agujero por donde se hacía pasar la tembeta se practicaba en la piel mediante un trozo afilado de madera.
    
Según José Urañavi, mburubicha (líder) guarayo, en los pueblos de su provincia era costumbre que, con la aparición de la primera menstruación, las adolescentes sean confinadas a una choza sin ventanas, donde debían permanecer encerradas sin contacto ni con la luz del sol, ni con los hombres. Apenas una viejecita -en la mayor parte de los casos la abuela- se ocupaba de la limpieza íntima de la chica. Después de un mes aproximadamente, la adolescente preparaba una buena cantidad de chicha de maíz y algunas masas para repartir a la gente y dejar establecido que dejó la niñez para convertirse en una mujer completa y capaz de hacerse cargo de un hogar.

Formando la familia

Los pueblos indígenas tienen tradiciones amorosas muy diferentes, pero también presentan rasgos que resultan muy similares. En tiempos pasados, por ejemplo, el periodo de enamoramiento o cortejo entre chiquitanos, ayoreos, guarayos y guaraníes era bastante reducido.

El antropólogo Mario Arrien cuenta que la principal razón para apresurar el casamiento, en el caso de los jóvenes chiquitanos, era la urgencia de éstos en pasar a la vida adulta. “Prácticamente, los chiquitanos pasan de la niñez a la vida adulta sin la transición de la adolescencia. Hasta los 13 ó 14 años son considerados niños y no pueden asistir ni presenciar las fiestas. Como el matrimonio los pone en el nivel de adultos, muchos se casaban a corta edad para alejarse de las restricciones que les imponían”, explica.

También se destaca otro hecho. El mote de ‘pelaos’ y ‘peladas’ que se pone a los jóvenes en el departamento, obedece a otra costumbre chiquitana. Antes de casarse y tener hijos, los muchachos de uno u otro sexo tenían la obligación de llevar el cabello muy corto y sólo podían dejárselo crecer al tomar esposo/a. Por esta razón les quedó el sobrenombre de pelados, que se extendió en todo el oriente.

Ya en el tema de la misma convivencia, existía (y existe todavía) lo que los originarios de diferentes pueblos denominaban matrimonio de prueba. Si un hombre y una mujer se gustaban, se juntaban para convivir por un tiempo indeterminado para ver si eran compatibles. Si todo iba bien, la pareja sellaba la unión con el nacimiento del primer hijo, pero si había choque de personalidades la separación se producía sin mayores ceremonias y cada quien tomaba su rumbo.
    
El acto mismo del matrimonio no revestía mayores ceremonias, al punto que, según el documentalista Rubén Poma, en la cultura mbiá o yuqui, bastaba que la pareja yaciera en una sola hamaca para darlos por casados.

En el caso de los ayoreos la pareja recién formada tendía a alejarse del campamento y así celebraba su unión, pero en algunos pueblos guarayos se preparaba comida y chicha en abundancia y la ‘novia’ regalaba a sus vecinos unos ovillos de hilo trenzado que servían para tejer hamacas y que simbolizaban su nuevo papel como jefa del hogar, explica Riester por su lado.

Poco antes del matrimonio, los chiquitanos mostraban su amor a la elegida de su corazón, de una forma muy práctica. Cada futuro esposo salía de cacería por un lapso relativamente largo y a su vuelta depositaba como ofrenda todos los animales muertos en la puerta de la casa de los padres de su enamorada. Según las crónicas de los estudiosos, no era raro observar unas 100 piezas, entre aves, roedores y otros. Si el pretendiente era trabajador en extremo, además de los animales dejaba unas cargas de leña recolectada en los montes.

Espíritus y familia

La sexualidad de los indígenas del oriente boliviano se manifestaba de formas diversas, pero una realmente curiosa tiene que ver con la leyenda de los ‘jichis’ (jischirch o espíritus) del agua, los árboles o el bosque. Según los chiquitanos, estos seres místicos se transforman en hombres o mujeres y tientan a las personas con la posibilidad de vida eterna y sexo hasta la saciedad si son sus compañeros.

Por el lado de la familia, tanto Riester como Arrien señalan que es común a los indígenas de todas las etnias acompañar por un tiempo determinado a la familia de la mujer, una vez están casados.

En un espacio de entre uno y tres años, los hombres permanecen con sus suegros, ayudándolos en todo mientras construyen su propia casa y preparan su chaco.

Todo matrimonio se considera consumado cuando nace el primer hijo. “El alumbramiento del primogénito tiene mucha importancia, debido a que los hijos son la garantía de subsistencia de los padres y los abuelos”, explica el antropólogo. El antropólogo cuenta también que la descendencia es tan importante que, por ejemplo, si un ayoreo tiene un hijo y lo bautiza como Santiago, el abuelo de inmediato cambia de nombre y empieza a llamarse Santiago-taté (abuelo de Santiago).

Así como los anteriores ejemplos, existen infinidad de curiosidades referidas al amor entre los originarios del oriente boliviano. Como señaló el sociólogo José Mirtenbaum, la base fundamental de la identidad cruceña es, en muchos sentidos, indígena. “Los valores del indigenismo matizan a los cruceños. Por eso se les rinde homenaje, aunque deben ser más valorados todavía”, expresó.

FUENTE: Revista Extra de El Deber
FECHA: 06 de septiembre de 2013

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